sábado, 31 de enero de 2015

EDITOR


Siempre se habla sobre el oficio del escritor. Pero pocas o ninguna de las veces, sobre la del editor. Porque los editores, de los cuales yo me incluyo, también sufrimos, investigamos, leemos y nos dejamos la vista en multitud de manuscritos que nos llegan a la editorial todos los días.

El oficio de editor no es una carrera que se estudie, sino que es fruto de la paciencia, tener un instinto de saber cuál es la novela que puede triunfar, poseer conocimientos de literatura (muy importante), leer mucho, no solo los libros que nos gustan para relajarnos, sino la cantidad de manuscritos, algunos intragables, que es nuestro verdadero oficio, tener alma de empresario, saber negociar con distribuidores y libreros que son nuestros clientes, mucha perseverancia y siempre tener la esperanza de sacar un libro que sea un bestseller. El escritor se queja habitualmente de que los editores los rechazan, porque no saben escoger buenas obras, que son empresas que solo quieren ganar dinero a costa de ellos, y que, por tanto, rechazan buenos manuscritos que podrían llegar muy lejos. Pero hay que romper una lanza a favor también de los editores, y me refiero a los editores/as de raza, los que anteponen por encima del mercado empresarial, la cultura y los buenos libros; y luchan por conseguir aportar su granito de arena en el mercado editorial con sus catálogos, que es la referencia de su trabajo, al fin y al cabo.
Es cierto que se rechazan muchas obras, pero también les puedo decir que si se pusieran a leer todo lo que entra en una editorial, comprobarían que el placer de leer menguaría muchísimo y al final, terminarían por buscar otro oficio. Es duro, tengo que reconocerlo, decirle a un escritor que su obra (que es su hijo), no es válido para publicarlo, pero un no a tiempo, es mejor que darle falsas esperanzas. No todo el mundo vale para escribir. Los hay con mucho talento, pero hay otros que por mucho que lo intenten, deberían aprender el oficio antes de mandar sus manuscritos con faltas ortográficas en cada página, sembrada de adverbios por doquier, cambiando de tiempos los verbos sin ton ni son, personajes planos, sin estructura, en fin, verdaderas ruinas que no pasan por revisión ninguna y tienen la esperanza de ver publicada su obra, cueste lo que cueste. Al final, lo que consiguen es autopublicarse y venderla ellos mismos por Internet. Una salida honrosa, pero no la más acertada, para llegar lejos en este mundo. Es cierto que las nuevas tecnologías han hecho un gran favor a muchos escritores, y aprovechando los blogs, han publicado sus escritos en sus espacios virtuales, y que luego muchos han tenido la suerte de haber conocido a un editor que se ha fijado en ellos y les han publicado. Otros, por el contrario, se han quedado por el camino y solo han podido publicar en sus redes sociales, ante sus amigos, quejándose siempre de los editores.



Un mundo complicado que, visto desde dentro, se observa de distinto modo de como se ve desde el exterior, y donde confluyen muchas adversidades para seguir luchando en este mundo feroz que es la publicación de libros y vivir de ello.
Otro día les hablaré sobre el proceso de elaboración de un libro desde el momento que se firma el contrato con el autor, hasta su publicación, para que comprueben que no solo hay que valorar los manuscritos, sino que hay que luchar codo con codo con el autor, para que la obra salga lo mejor posible. Y ese es el trabajo de campo, a grandes rasgos, de un editor.

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