sábado, 23 de abril de 2016

400 años de la obra más universal



Don Quijote soy, y mi profesión la de andante de caballería. Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?

Don Quijote de la Mancha.


Nos sentimos orgullosos desde Editorial C & M, que después de 400 años, se siga recordando la obra más universal del mundo y a su escritor, Miguel de Cervantes Saavedra.

lunes, 11 de abril de 2016

El trabajo de un corrector

La profesión del corrector de textos es tan antigua como la imprenta, y sin embargo es un oficio generalmente muy desconocido. Eso se debe precisamente a que, si un corrector es realmente bueno, no se le ve: parte de su trabajo es ser casi invisible. Sin embargo, si en una publicación lo echamos de menos, puede ser nefasto para la imagen del autor.
Si un corrector pasa inadvertido, habrá hecho un buen trabajo.
Se trata de un oficio solitario y exigente, pero muy gratificante para el que de verdad ama la palabra escrita. ¿Qué hace exactamente ese extraño personaje para ganarse la vida?

Qué hace un corrector cuando trabaja en un texto

Un corrector, por supuesto, revisa la ortografía, los signos de puntuación, la gramática de un texto. Pero no termina ahí su tarea. También se encarga de que un texto, además de correcto, sea preciso. Combate las redundancias, las ambigüedades y el abuso de los verbos comodines («decir», «tener», «haber», «poner»…). Comprueba la coherencia tipográfica del texto, el uso de mayúsculas, la ortografía de los nombres de personas y lugares y se asegura de que los términos técnicos estén empleados con propiedad. Propone cambios léxicos cuando la palabra elegida conlleva connotaciones no deseadas y controla el uso inadecuado de cultismos («climatología» por «clima»). Y todo ello lo hace conservando el estilo personal del autor del texto. En pocas palabras: el escritor desarrolla una idea, compone una historia o explica una teoría; el corrector se encarga de que ese mensaje se transmita al lector de forma correcta, clara y eficaz.

Por supuesto, el corrector no es infalible. Aunque suele ser una persona perfeccionista y minuciosa, siempre existe la posibilidad de que se le escape alguna errata. Pero también, más incluso que en otros trabajos, la experiencia juega a su favor, y a lo largo de su carrera va desarrollando un ojo más agudo, algunos trucos de oficio y un insaciable afán de aprender hasta el último día que ejerza su profesión. Este es, de hecho, uno de los mayores encantos de este trabajo: que cada día es diferente y se aprenden cosas nuevas.

Cualidades que reúne un buen corrector de textos

  • No teme al silencio ni a la soledad. De hecho, la elevada concentración que requiere su trabajo a menudo le lleva a aislarse durante el desarrollo de su actividad.
  • Duda de todo, incluso de sí mismo. Es un especialista de la lengua, pero eso no quiere decir que lo sepa todo: un buen corrector se acompaña de diccionarios y obras especializadas y consulta constantemente los recursos virtuales. A menudo comprueba casi cada palabra de una frase.
  • Es una persona curiosa, con cultura general, por supuesto, pero especialmente con muchas ganas de aprender sobre toda clase de materias.
  • Tiene buen oído para buscar la cadencia idónea en el texto.
  • Es paciente: a menudo es un trabajo arduo y algunas erratas pondrán sus nervios a prueba.
  • Es una persona firme para defender la limpieza del texto, pero flexible para entender los intereses particulares de cada autor.
  • Siente un gran amor por la lectura y por la palabra escrita.
Todas estas características configuran a un auténtico profesional del lenguaje que realiza un trabajo artesanal que complementa al del escritor. Si desempeña bien su función, el texto ofrecerá lo mejor de sí mismo.

lunes, 4 de abril de 2016

Adiós a Chus Lampreave


Chus Lampreave fue una de las primeras y más genuinas chicas Almodóvar, aunque a menudo en sus películas hizo de abuela, y ha arrancado carcajadas con su humor natural, su capacidad para convertir en míticas las frases de sus personajes y, cómo no, sus gafas de hipermétrope.
Muchas de esas frases forman parte ya del patrimonio emocional de cualquier cinéfilo, como la de su celebrada portera cotilla de «Mujeres al borde de un ataque de nervios» (1988): «Yo soy testigo de Jehová y mi religión me prohíbe mentir».
Pero también el «Uy, se me olvidaba que soy diabética», que dice la terrorífica abuela de «¿Qué hecho yo para merecer esto?» (1984) o el «Cállate ya, cara de ladilla», que le espeta a Rossy de Palma en «La flor de mi secreto».
A Almodóvar le dijo dos veces no, en «Pepi, Luci, Boom... y otras chicas del montón» (1980) y en «Laberinto de pasiones» (1982). Y a la tercera fue la vencida. Su sor Rata de Callejón de «Entre tinieblas» (1983) fue su primer personaje con el director manchego. A partir de entonces, se hicieron inseparables.
Rodaron juntos ocho películas en total. Aunque no está en «Julieta», que se estrena esta semana, fue la madre de Eva Cobo en «Matador» (1986) y la tía Paula de «Volver»(2006). Con el personaje de portera hizo casi un género propio, en el que reincidió en «Hable con ella» (2002) y «Los abrazos rotos» (2009).
Fueron estos personajes los que convirtieron a Lampreave en una de las actrices más queridas por el público, a pesar de que siempre estuvo en segunda fila. Pero su carrera va mucho más allá, con más de 80 producciones de cine y televisión y una capacidad para seducir a los más grandes cineastas.

Su único Goya, como mejor actriz de reparto, lo obtuvo gracias a su doña Asun de «Belle Époque» (1992), la película que le valió el Oscar a Fernando Trueba, con quien también rodó «El año de las luces» (1986) y «El artista y la modelo» (2012).
Y con José Luis Cuerda formó parte del equipo de una de las comedias de culto de la filmografía española, «Amanece que no es poco» (1989), donde interpretaba la madre de Nge Ndomo, el único negro del pueblo.
Todo esto a pesar de que siempre dijo que no era una actriz vocacional, que lo suyo era la pintura. De hecho, estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hasta que Jaime de Armiñán la «descubrió» y la introdujo en la televisión.
En el cine debutó con un pequeño papel en «El pisito»(1959) de Marco Ferreri. Con Berlanga rodó su mítica trilogía nacional, «Todos a la cárcel» (1993) y «Moros y cristianos» (1987). Fernando Colomo, Fernando Fernán Gómez, Santiago Segura o Antonio Mercero también se rindieron a su talento.
En los últimos años encontró un nuevo filón en la publicidad, eso sí, siempre con firma de autor: el anuncio de Campofrío dirigido por Benito Zambrano en 2014 o el de KH7 que filmó Juan Antonio Bayona, para el que recuperó sus clásicas gafas de aumento.
La echaremos mucho de menos. Descanse en paz.