martes, 10 de febrero de 2015

La Isla Mínima



1980. En un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, olvidado y detenido en el tiempo, dos adolescentes desaparecen durante sus fiestas. Nadie las echa de menos. Todos los jóvenes quieren irse a vivir lejos y algunos de ellos se escapan de casa para conseguirlo. Rocío, madre de las niñas, logra que el juez de la comarca, Andrade, se interese por ellas. Desde Madrid envían a dos detectives de homicidios, Pedro y Juan, de perfiles y métodos muy diferentes que, por distintos motivos, no atraviesan su mejor momento en el cuerpo. 
Una huelga de los trabajadores del campo pone en riesgo la cosecha del arroz, principal riqueza de la región, y dificulta las tareas de investigación de los dos policías que reciben presiones para solucionar el caso cuanto antes. Sin embargo, la investigación policial pone en evidencia que en los últimos años han desaparecido varias jóvenes más y que aparte del arroz existe otra fuente de riqueza: el tráfico de drogas. 
Nada es lo que parece en una comunidad aislada, opaca y plegada sobre sí misma. Las pesquisas de los detectives parecen no llevar a ningún lado. En este difícil proceso, Juan y Pedro deberán enfrentarse a sus propios miedos, a su pasado y a su futuro. Su relación se irá estrechando y sus métodos se harán parecidos. Lo único importante es dar con el asesino.


Diez Goyas se llevó esta joya del cine andaluz, con una atmósfera inquietante, una fotografía, en la que el paisaje se convierte en otro personaje imprescindible dentro de la película.
Y aún a pesar del poco presupuesto que tenía, las escenas son tan impactantes, que más quisieran muchas películas americanas conseguir esas impactantes escenas que nos envuelve en aquellos ochenta de nuestro país.
Mi más sincera enhorabuena al director Alberto Rodríguez (director de Grupo 7), que ha conseguido encumbrarse en nuestro cine con esta gran película.