Has pasado meses, quizá años, trabajando en tu novela. La has leído y releído cientos de veces. La has repensado, reescrito, y revisado; has cambiado personajes, borrado otros, has reescrito diálogos y tramas. Y ha llegado a ser una de las cosas más importantes de tu vida. Incluso quitando tiempo para estar con tu familia. La mayoría de tus parientes cercanos y amigos íntimos creen que tu obra es maravillosa.
Quizá has leído algunos libros sobre cómo crear una novela, quizá no. Tal vez no lees libros en general (créeme, hay escritores que no lo hacen), o no lees todos los días porque... claro, estabas escribiendo.
Pero ahora has terminado tu novela. O al menos crees que ya está acabada. Ahora, con confianza, recopilas a través de Internet una lista de editores y empiezas a sondearlos. Aprendes cómo enviar un manuscrito adjunto y a escribir una carta de propuesta, y lo haces. Incluso creas un estadillo en un Excel para ir haciendo el seguimiento. Una carta cada vez, un email a la vez.
Pasan las semanas en silencio. Te corroe la impaciencia, la esperanza se agota poco a poco. Por último, llamas a la oficina del editor. No tienen la menor idea de quién eres. Pero acaban enviándote una carta estándar.
"No es para nosotros".
"Tenemos agotado el presupuesto para este año y el siguiente".
A veces hay un párrafo, escrito de manera personal, que dice algo agradable. Su brillo dura unos días. A veces te dicen que tu obra está mal escrita, o te señalan los fallos. Pero eso es más raro. Es como si los editores temieran que los escritores rechazados se presentaran en sus despachos con una escopeta. Creo que sucedió una vez, en la lejana Arkansas.
Pasan los años. Empiezas otra novela, pero con menos confianza, estamos más inseguros.
Quizá no has prestado suficiente atención al mercado. Analizas lo que está vendiendo y lo que no, lo que se está publicando. Lees libros que te muestran que lo puedes hacer mucho mejor. Haces de esos libros una guía y escribes en consecuencia.
Comienzas a analizar tu propia obra. Haces esquemas, planes, dossieres de personajes, diarios de tu propia novela, Corriges y corriges y corriges. Quitas clichés, frases hechas, lenguaje florido, largas descripciones, párrafos que te encantaron pero que nada aportan a la obra, cientos de palabras que una vez sudaste por las noches.
A veces te debates entre la idea de autopublicar tus obras y hacer que se comercialice en Amazon. Algunos sitios prometen cosas interesantes a cambio de tu dinero. Cosas. Miras la pila de cartas de rechazo. Pero no sabes si lograrás vender lo suficiente.
Pruebas y vuelves a intentarlo
Escribes otra novela. Tal vez más. Una y otra vez son rechazadas o no te responden. Comienzas a cuestionar tus ideas y tu talento. Te estás convirtiendo en una persona amargada. Empiezas a tener una edad. Tienes obligaciones, facturas que pagar, hijos que están creciendo. Vas a la deriva. Piensas en sacar rendimiento de lo que has aprendido y ofreces cursos y talleres... a otros como tú. Pero no eres la primera persona que lo ha hecho, esa a la que le va bien y sus cursos o sus libros se venden, y, adivina qué... Ya no tienes tiempo para escribir tu propia obra. Tampoco sacas demasiado de eso.
¿Y ahora qué?
Si has leído hasta aquí sin que se te congele el alma estás esperando alguna receta milagrosa para afrontar todo esto.
Hay tres opciones
1.- Abandonar.
Era un sueño. Uno más. Quizá adolescente. Es hora de tirar la toalla y concentrarse en el trabajo diario, en la familia y los amigos. Al menos lo intentaste.
2.- Aplazar.
No estábamos listos. Nos faltaba experiencia de la vida, recursos técnicos, más conocimientos sobre la escritura... Pero continuamos creyendo. Continuamos leyendo, aprendiendo de otros, mejores, buscando maestros o mentores. No padrinos, porque ya somos mayores. Y además, ya sabes, algunos escritores publicaron tarde y maduros.
3.- Perseverar. Nunca hay que darse por vencidos. Nunca.
Es poco práctico, es una locura, es poco inteligente, es absurdo y es tonto incluso. Pero si realmente crees en ti mismo, en tu talento, tus ideas y tus premisas, en tu vocación, en tu misión personal en la escritura, si crees que dispones de las técnicas y los conocimientos necesarios...
Ve hasta el final
Determinación, perseverancia, entrega, enfoque, confianza, obsesión, unidad de propósito, paciencia. Son los recursos que habrá que añadir a las armas que ya tienes. Y entonces...
Entonces vuelves a analizar tu propia obra. Haces esquemas, planes, dossieres de personajes, diarios de tu propia novela, Corriges y corriges y corriges. Quitas clichés, frases hechas, lenguaje florido, largas descripciones, párrafos que te encantaron pero que nada aportan a la obra, cientos de palabras que una vez sudaste por las noches.
Extraído del blog correcciones y editores
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