A aquel hidalgo castellano de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor le ocurrió lo nunca visto.
«Se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio».
Así es como describe Miguel de Cervantes la manera en que Alonso Quijano se volvió loco. Ese párrafo ha dejado en el imaginario popular la idea de que al castellano lo enloqueció la cantidad de libros de caballería que devoraba.
Pero el psiquiatra Tiburcio Angosto Saura ha encontrado un matiz. No fue tanto la cantidad de libros que leía Don Quijote de la Mancha; fue, más bien, su interés por encontrar sentido a aquello que leía.
Angosto recuerda que el hidalgo era aficionado a la prosa compleja y con requiebros. «Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para solo ello».
No alucina cuando ve gigantes donde hay molinos, porque alucinar es ver lo que no existe y él lo confunde. Más bien, Alonso Quijano, delira. Sufre delirio de grandeza cuando nombra a Sancho gobernador de la ínsula Barataria. Padece un delirio erotomaníaco cuando cree que Dulcinea del Toboso se muere por su esquelética figura.
Tiburcio Angosto fue jefe de servicio de psiquiatría del Chuvi. Ahora está jubilado del Sergas, pero sigue ejerciendo. Si Alonso Quijano entrase mañana en su consulta del Hospital Nuestra Señora de Fátima, del grupo Vithas, le diagnosticaría una actitud psicótica reactiva. Él, que fue jefe de servicio del Hospital Psiquiátrico Rebullón, no ingresaría al caballero andante en un manicomio. Angosto lo mandaría a un hospital general, a la unidad de psiquiatría de agudos. Es decir, una estancia corta en el hospital y para casa.
Una actitud psicótica reactiva significa que un paciente pierde la noción de la realidad -eso es la psicosis- como reacción a un conflicto -por eso es reactiva-. Ni el valioso bálsamo de Fierabrás ni ningún ungüento del siglo XVI lo habrían sanado. Tiburcio Angosto propone una terapia combinada para sanar al desfacedor de entuertos. Por un lado, medicación con neurolépticos a dosis bajas, que son pastillas tranquilizantes para contener el cuadro psicótico. Por otro lado, psicoterapia, o sea, hablar y hablar con el paciente, «para que haga lo que se llama el insight, es decir, que descubra y comprenda qué es lo que le provoca su comportamiento», expone el psiquiatra. Al ser consciente, se puede curar. «En nuestras experiencia clínica, hemos encontrado pacientes a los que les ocurre».
De hecho, algo de insight hay en la obra cumbre de las letras hispanas. En su lecho de muerte, Cervantes dibuja al caballero postrado en su lecho de muerte. Allí, confiesa: «Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano (...). Ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino».
Y muere sano. Por eso, Tiburcio Angosto postula que Cervantes no quería detallar un cuadro clínico de una enfermedad. «Más bien hace un compendio de la psicopatología de la época». En otras palabras, tiene muchos pequeños síntomas. «Si hubiese sido un enfermo severo seguiría comportándose igual», establece el psiquiatra. Por todo, cree que es «un maravilloso personaje, con connotaciones de locura, pero que en el fondo tiene razón».
En resumen, no por mucho leer puedes enloquecer, como decía Cervantes, así que os animo que sigáis leyendo compulsivamente que no os pasará como al personaje Don Quijote de la Mancha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario