Tengo más que comprobado que cualquiera que escriba puede cometer errores. Y ya no solo hablo de errores ortográficos, que son casi los más fáciles de detectar, pues con la herramienta «Ortografía» del Word podemos paliar la mayoría de los que hayamos podido perpetrar. Los errores que más se cometen y que son más costosos de encontrar (sobre todo para un ojo desentrenado), suelen ser los gramaticales, semánticos y léxicos. Estos son los que un corrector profesional debe localizar.
Son muchos los errores que encontramos en novelas, también en la televisión (los rótulos de los programas son un cuadro), en la publicidad, en cartelería, en folletos, en trabajos universitarios, y podría seguir así durante mucho tiempo...
Allá donde halla texto, puede haber un error. Y todos lo podemos cometer, hasta los correctores se nos puede escapar alguna cosa, somos humanos. El problema no radica en que se nos pueda escapar alguna errata, sino que la misma deja una estela de mala imagen, de dejadez y de descuido.
Con una rápida búsqueda en Google, encontramos cientos de ejemplos. Tú mismo lees este tipo de carteles por la calle y seguro que piensas: «vaya». Y también estoy seguro de que te fías menos de un establecimiento que tiene carteles de este tipo, de los que no.
La confianza es una de las razones por las que hay que acudir a un corrector. Una empresa privada, un autor, una editorial, un evento o cualquier organismo u organización que quiera, además de captar a un cliente, tiene que crear confianza, y debe acudir a un corrector para que su texto tenga la mejor calidad e imagen de cara al público.
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